A veces no nos damos cuenta del poder que tiene algo tan cotidiano como nuestro nombre. Lo escuchamos desde que nacemos. Nos lo dicen nuestros padres, nuestras amistades, nuestras parejas. Lo escribimos, lo repetimos, lo sentimos nuestro… o a veces no tanto.
Pero lo cierto es que tu nombre no es solo una palabra: es una energía. Es la frecuencia con la que el universo te reconoce. Es la forma en que conectas con el mundo, con los demás y contigo mismo/a. Y eso no es casual.
El nombre que te dieron al nacer no fue una coincidencia
En muchas tradiciones espirituales, se cree que el alma elige su nombre antes de encarnar. Incluso si crees que tus padres lo escogieron al azar, ese sonido, esa vibración, esa combinación de letras tiene algo que ver contigo, con tu historia y con tu aprendizaje en esta vida.
Tu nombre verdadero te da energía. Te da fuerza. Te da poder.
Cada vez que lo pronuncias o lo escuchas, esa vibración resuena dentro de ti. Activa algo muy profundo. Te reafirma, te centra, te recuerda quién eres.
¿Qué pasa cuando cambias tu nombre?
A veces, por razones personales, sociales o incluso laborales, las personas se cambian el nombre o comienzan a usar otro distinto. Puede parecer algo pequeño, pero no lo es. Cambiar tu nombre, o esconderlo, puede hacer que te desconectes de tu esencia, de tu energía original.
Cuando dejas de usar tu verdadero nombre, es como si entregaras parte de tu poder. Como si cedieras una parte de tu energía vital. Esa vibración ya no se activa del mismo modo, y con el tiempo puedes sentirte más perdido/a, confundido/a o desconectado/a de ti.
No se trata de prohibir el cambio de nombre. Cada uno es libre. Pero sí es importante tomar conciencia: si te alejas de tu nombre sin una razón profunda, puedes estar regalando energía sin saberlo.
El nombre como ancla energética
Tu nombre es un ancla. Es el sonido que te une a tu historia, a tu alma y a tu propósito. Honrar tu nombre es una forma de honrarte a ti mismo/a. De abrazar tu camino, con todo lo que eres, lo que has vivido y lo que has venido a aprender.
Volver a usar tu nombre verdadero —si lo has dejado atrás— puede ser un acto de reconexión. De volver a ti. De recuperar tu centro.
¿Sientes que estás en armonía con tu nombre?
¿Te gustaría explorar la energía que hay detrás de él?
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